Vencer la prisa y recuperar la calma

Las prisas y el estrés son una constante en nuestros días. Vamos por la vida llevándonos el mundo por delante, queremos llegar primero, progresar, alcanzar grandes logros económicos, distinciones académicas o crecimientos profesionales y muchas veces nos olvidamos de la familia, los amigos y hasta llegamos a ignorarnos a nosotros mismos



La mayoría de los adultos rogamos para que se expanda el límite de tiempo que se nos brinda, ya sea para terminar nuestro trabajo, ver a las personas queridas o simplemente estar. Vivimos tan rápido que a veces empezamos a postergar esto y aquello alargando la lista de pendientes hasta que las cosas importantes dejan de serlo y se convierten en irrelevantes.

La prisa está tan a la orden del día que nos irrita si alguien va caminando lento en una acera, si otro va manejando a baja velocidad, si el otro se mueve despacito para pagar el ticket, ¡tienen atole en las venas! oímos murmurar.  



Tachamos de lenta a una persona que simplemente lleva su ritmo e incluso llegamos a considerarla inepta o floja solo porque no se conecta con nuestra impaciencia, vaya ironía, descalificamos a quien vive en serenidad cuando deberíamos admirar a quienes logran no perder la calma, pues lejos de ser algo criticable es una cualidad muy deseable.

De  pequeña aprendí que no hacer nada era malo y por mucho tiempo hasta llegué a sentirme culpable cuando no estaba haciendo algo “productivo” hasta que descubrí que al abarcar mucho me estaba costando la vida y al lado de una persona envidiablemente serena descubrí ese mundo donde se saborean los momentos. Con el tiempo me declaré en contra de la cultura de la prisa que por años había angustiado mis días.  

En el consultorio es frecuente atender muchos padecimientos psicológicos asociados a  la “enfermedad del tiempo”. La creencia obsesiva de que hay que “pedalear más rápido” o te comen el mandado, la prisa,  la intolerancia, la ansiedad o la explosividad pueden ser  la consecuencia de esa filosofía de vida. Lo cierto es que la velocidad es una forma de evitar aquello que pasa en tu mente y aquello que sientes en el alma, en el cuerpo. 



Buscamos modos de fugarnos a través de la adrenalina, los estímulos, las emociones vertiginosas. Hay que plantearnos muy seriamente a qué dedicamos nuestro tiempo, y preguntarnos no por qué sino para qué vivimos, seguro ninguno de nosotros  responderá “para pasar más horas en la oficina” y sin embargo es una de las cosas que más consumen la vida.  

Hemos dejado que la velocidad se esparza como un virus en nuestras vidas y ya ni siquiera seleccionamos qué nos urge realmente, hoy nos damos prisa al comer, al levantarnos, al hacer el amor, al educar a los pequeños, al jugar, incluso nos damos prisa hasta para descansar.

¿Te has preguntado hace cuanto que no respiras profundo y descansado? ¿Hace cuánto que no te detienes a solo observar en vez de juzgar? ¿Cuándo fue la última vez que te quitaste el traje de robot para descalzarte y pisar el pasto o comerte un helado haciendo nada más que eso? ¿Cuándo leíste tu libro favorito meciéndote lentamente en una hamaca?



Suelo animar a quienes me consultan a realizar tareas que les traigan de regreso al contacto consigo mismos, a aprender a tomarse un respiro, a  lograr poner atención al realizar sus tareas sabiendo que “están ahí”. Tareas aparentemente simples (pero que pueden ser un gran reto) como sentarse en una banca para mirar niños jugando o sorprenderse con los pequeños espectáculos que hemos olvidado y dejado de valorar como lo es permitirse disfrutar de una carcajada, saltar en un charco, alimentar a las aves en una plaza, ver un colibrí volar,  ver llover a través de un cristal o sentir la lluvia mientras caminas  lento por la calzada.

¿Te ha pasado que intentando abrir un espacio en la agenda para salir a tomar un café con una buena amiga tu celular no deja de sonar o sientes la tentación por atender?   La tecnología nos hace alcanzables en todo momento y aún con la intención de poner límites pareciera que ya  no somos dueños de nuestro espacio ni de nuestro tiempo. Si nos despistamos nos volveremos presa de la velocidad con la que la postmodernidad nos lleva sin poder dedicar nuestra atención plena a cada cosa que hacemos. Distraídos por los quehaceres muchas veces olvidamos que el logro más grande y lo que verdaderamente aporta sentido a nuestra vida ha estado a nuestro lado siempre y no nos percatamos: nuestra familia, los amigos y nosotros mismos.

Podríamos evitarnos ese infarto, aquel mal genio o aquel desliz antimoral si rescatáramos nuestro verdadero centro. Me gustan las personas que mantienen su esencia, que no pierden la cabeza, los estribos ni la moral por vivir de prisa. Aquellas que por su paciencia logran ser amables con el otro y conectarse realmente.

Aquí van unos tips por si necesitas poner un poco de calma a tu vida:

1.    Decide salir de la ceguera provocada por la prisa.
2.    No dejes pasar lo importante por dar lugar a lo irrelevante
3.    Atrévete a “perder el tiempo” sabiendo que estas ganando vida
4.    Se mas amable contigo mism@
5.    Rescata la armonía al estar en silencio 15 minutos al día
6.    No exprimas el tiempo, vuélvete su fiel aliado.
7.    No pongas atención más al tener que al ser
8.   No tengas miedo a perder tiempo, la aceleración nos hace desperdiciar la vida.
9.   Practica la lentitud como una forma de contactar con el placer.

10.No te enorgullezcas de tener una agenda al límite si en ella no hay tiempo para ser y estar y no solo para el hacer.

Comentarios

Entradas populares